A las organizaciones políticas, sociales y de derechos humanos que han sido solidarias a lo largo de siete años de ilegal e injusta represión.
A las personas que venciendo el miedo y los prejuicios nos han cobijado con su solidaridad y afecto.
A todos los integrantes del Comité Cerezo: a los que ya no están, a los que nos han acompañado desde el 2001, a los que se incorporaron años después.
A nuestros padres donde quiera que estén.
Siete años de vivir en prisión.
Siete años de ser rehenes del Estado.
Nos hemos enterado de muchos acontecimientos que determinan el curso de la historia patria y del mundo desde una celda, pero durante algunos lapsos de tiempo, no nos hemos enterado de nada porque hemos vivido periodos de aislamiento.
Las condiciones materiales de reclusión no siempre han sido las mismas, unas veces han sido peores que otras; sin embargo, existe una constante: la vigilancia hacia nosotros, el hecho de reportar qué hacemos, con quién platicamos, a quién le hablamos por teléfono, qué escribimos, qué nos escriben y quiénes.
La vigilancia ha sido la mayor de las veces descarada y otras justificada por las autoridades penitenciarias con inventados señalamientos de ser potenciales suicidas como sucedió durante nuestro último (hasta hoy) periodo de reclusión en el CEFERESO no. 1 de alta seguridad llamado actualmente “Altiplano” (de enero del 2006 a marzo del 2008).
Ni siquiera los traslados a diferentes penales han modificado ese hecho, tampoco el ya no estar presos en un CEFERESO desde diciembre de 2007 y marzo de 2008, cuando Hector y Antonio fuimos trasladados respectivamente al CERESO de mediana seguridad ubicado en Atlacholoaya, Morelos.
Sin embargo, esta vigilancia, este hostigamiento no ha sido una circunstancia vivida exclusivamente por nosotros. Desde el 2001, meses después de nuestra detención, tortura y reclusión se convirtió también en una constante en la vida de nuestros hermanos (Emiliana y Francisco) que luchaban por nuestra libertad y poco después en la de quienes integran el Comité por la liberación de los hermanos Cerezo Contreras y Pablo Alvarado Flores.
Llamadas telefónicas amenazantes, seguimientos por personas desconocidas, instalación de cámaras de vigilancia frente a la casa de nuestros hermanos, amenazas de muerte y de violación a través de Internet, seguimiento y filmación de integrantes del Comité durante sus actividades o en los diferentes locales que ha tenido la cafetería; los “sesudos” y parciales análisis de pseudos-periodistas involucrándonos con las actividades del EPR y acusándonos de ser una de sus organizaciones “fachada”.
Hemos vivido por siete años todo lo anterior; siete años, y durante todo ese tiempo, dentro y fuera de la cárcel; hemos tensado nuestra psique; hemos luchado por no caer en la espiral insana de angustia, de pánico, de desesperación ante la impotencia; hemos luchado por ampliar los límites de nuestras capacidades para evadir y evitar, en la medida de lo posible, todas las agresiones físicas y psicológicas con las cuales pretenden destruirnos o doblegarnos.
Hemos luchado contra un “monstruo” (el Estado), superior en recursos materiales; pero no morales, al máximo de nuestras capacidades y recursos. Apoyados siempre por organizaciones y personas que superando sus miedos o sus prejuicios han sido solidarias con nosotros y nos han cobijado con su afecto.
Esta lucha (que todavía no acaba) no la hemos librado solos y jamás, en ningún momento, el sentimiento de la soledad invadió nuestro corazón o se apoderó de nuestro estado de ánimo. Nos acompañan el pueblo y su interminable historia de resistencia.
Si hemos logrado llegar hasta aquí sin renunciar a lo que somos y a lo que creemos es gracias a un esfuerzo colectivo. Nos debemos a la colectividad, al conjunto de hombres y mujeres que apoyan la lucha por nuestra libertad (y lograron la de Alejandro y Pablo), sin ellos muy poco hubiéramos podido hacer y hubiéramos estado todavía más expuestos a las agresiones del gobierno.
La colectividad es un principio fundamental, el hombre que la olvida, que piensa o actúa como si esta no fuese fundamental para el esfuerzo de transformar nuestra injusta realidad social ara en el desierto y no logrará alcanzar sus objetivos.
El hombre o la mujer que olvida por estar en una celda semi-oscura, alejado físicamente de sus seres amados, de su lugar de origen y expuesto a lo que desee hacerle el gobierno por medio de sus carceleros, es más débil y le abre una puerta al daño que las circunstancias de su reclusión le pueden ocasionar.
La vivencia de la cárcel ha sido difícil, pero debemos reconocer que pudo haber sido peor si la comparamos con las condiciones que vivieron los presos políticos durante el porfiriato, en las décadas de los 60´s y 70´s o las que viven y vivieron los presos producto de la represión desatada en Atenco, Edo. de México y Oaxaca en el 2006.
A cada preso político o de conciencia le toca vivir circunstancias específicas de mayor o menor intensidad, lo importante al exponerlas no es pretender hacer evidente que fueron las más difíciles de todas ( aunque para él lo hayan sido), lo importante es transmitir la experiencia para que otras personas que la conozcan se armen con los elementos más eficaces que les permitan valorar lo necesario y trascender del principio de la solidaridad en la sobre vivencia de los presos; pero sobre todo, para superar la experiencia misma de la cárcel si les toca vivirla.
En la cárcel se sufre, a veces el dolor se siente hondo como si fuera un metal ardiente en carne viva, a veces se llora, a veces nos golpea la angustia y la impotencia se enseñorea; pero también los presos políticos y de conciencia aprendemos a reír en esta circunstancia, a seguir soñando, a seguir creyendo en el ser humano y su capacidad transformadora, a no renunciar a nuestra dignidad, incluso a seguir amando en un medio donde lo que predomina es la violencia y el odio. La cárcel no es sinónimo de haber sido derrotados.
A todo preso político o de conciencia que se asume como tal se le plantea un problema.
¿Es posible luchar desde la cárcel? Y de ser posible ¿cómo hacerlo?
Pensar que la cárcel cercena toda posibilidad de luchar y de contribuir a la misma es un error, al igual que pensar que la lucha adquirirá las mismas formas que tenía cuando se estaba libre.
Pero, entonces ¿qué hacer? ¿cómo contribuir con nuestro esfuerzo a la lucha colectiva?
Las respuestas dependen de las condiciones específicas que vive cada preso. Hay que entender que en la cárcel en ocasiones uno desconoce qué sucede fuera de ésta, no tiene material para escribir, aunque tenga mucho tiempo de ocio.
En el aislamiento y sin posibilidades materiales de expresar nuestro pensamiento, la lucha se reduce a no rendirse: a no sentirse solo, a no renegar de la lucha, a no renunciar a nuestros ideales y a nuestro principios, a no permitir que nuestra conciencia social se adormezca y el Estado triunfe sobre nosotros al destruir cualquier esperanza de que este mundo puede ser construido de manera radicalmente distinta a como lo esta.
Sin embargo, en ocasiones lo presos podemos leer, escribir, trabajar, aprender algún oficio, entonces luchar significa aprovechar estas posibilidades y no dejar que el ambiente carcelario nos absorba; si al caer en la cárcel no sabíamos leer, podemos aprender, podemos acabar la primaria, la secundaria, la preparatoria; podemos hacer productiva, provechosa nuestra vida y no ser un preso más que viva sumido en la desesperanza, en la droga, viviendo de otros o en la indiferencia.
Nosotros hemos intentado aprovechar el tiempo de reclusión mientras las circunstancias (o las autoridades) lo han permitido, esa ha sido nuestra manera de luchar, de contribuir aunque sea un poquito a la lucha del pueblo; pero además cuando hemos podido también nos hemos incorporado a la lucha por la libertad de todos los presos políticos y de conciencia y hemos plasmado nuestras ideas y solidaridad en diversos escritos.
Esto último nos planteó un dilema: ¿era conveniente incorporarnos a la lucha por la libertad de todos los presos políticos o de conciencia? ¿era conveniente expresar lo que pensábamos?
O en otras palabras, ¿asumiríamos las consecuencias de esa decisión sabiendo las medidas represivas que el gobierno podía ( y puede) ejercer en nuestra contra?
Cuando se nos planteó ese dilema ni siquiera estábamos sentenciados, sabíamos que no nos exonerarían; pero no imaginábamos siquiera una condena de trece años y seis meses en primera instancia y que Alejandro saldría libre tres años y seis meses después de su aprehensión.
Con esa incertidumbre de no saber qué sucedería ¿debíamos enarbolar la bandera del libre pensamiento? ¿debíamos callar para evitar llamar la atención del Estado y con ella sus represalias?
La respuesta nos la dio la solidaridad de diferentes organizaciones y personas que en los días más álgidos después de nuestra detención se hicieron presentes con marchas, cartas a los medios, recursos económicos; que no dejaron que la calumnia ni el temor a verse involucrados con “peligrosos terroristas” los paralizara.
Si ellos no se paralizaron nosotros tampoco. Así pensamos y por eso decidimos expresar nuestro pensamiento, no callar y no comer cuando se realizaron las dos huelgas de hambre ( de quince y treinta días) por la aprobación de una ley de Amnistía Federal para todos los presos políticos y de conciencia en el año 2002.
Sabemos que para el Estado pensar y expresar los sentimientos críticos es una agravante en contra de los presos políticos y de conciencia, lo comprobamos cuando al solicitar nuestro traslado a una cárcel del D.F. que no fuera de alta seguridad se nos negó con el pretexto de que éramos personas “contaminantes” capaces de influir en terceras personas para delinquir, o, cuando en enero de 2005 con el pretexto ridículo de estar relacionados con el “narco” en la cárcel, se nos trasladó a Hector al CEFERESO No. 2 en Guadalajara, Jalisco y a Antonio al CEFERESO No. 3 en Matamoros, Tamaulipas.
Esperamos no comprobarlo ahora con cualquier artimaña “legaloide” que use el gobierno para mantenernos presos después del 13 de febrero de 2009, fecha en que cumplimos la condena de siete años y seis meses que se nos ratificó en el amparo.
Pero ¿de qué otra manera pudimos manifestar nuestro compromiso irrenunciable con la lucha de nuestro pueblo?, ¿De que otra manera agradecer la solidaridad y el afecto que se nos han brindado por años?,
¿Con qué otro argumento decir que somos presos de conciencia, que estamos presos por nuestra manera crítica de pensar?
Sin embargo, existe otro hecho relevante: las represalias se han agravado en forma de constantes amenazas de muerte y de agresión contra nosotros y los integrantes del Comité (la última fue difundida por Internet el 24 de abril del año en curso) no tanto por lo que escribimos, o, además de por lo que escribimos, por el hecho (no elegido por nosotros) de que, según el Estado, nuestros padres son dirigentes del EPR y son responsables de los últimos atentados contra ductos de PEMEX para exigir la presentación con vida de dos de sus militantes detenidos-desaparecidos desde el 25 de mayo de 2007, uno de los cuales es hermano de nuestro padre, según diferentes versiones periodísticas y del Estado.
A los agravantes de pensar, de expresar lo que pensamos, las autoridades le han sumado otro: ser hijos de quienes somos.
Pudimos no hacer huelgas de hambre, no escribir e intentar dejar de pensar como pensamos, pero:
¿Cómo renegar de nuestros padres?
¿Cómo renunciar a los genes?
¿Cómo dejar de amarlos?
En este caso no hay ni habrá dilema, a nuestros padres los amaremos hasta el último minuto de nuestra existencia y si ello justifica, para este gobierno, nuestro asesinato dentro o fuera de la cárcel no está en nuestras manos evitarlo.
Así como tampoco lo que nos hagan o nuestras condiciones de vida en la cárcel pueden evitar o influir en lo que un grupo armado determine hacer o no hacer para lograr la presentación con vida de los detenidos-desaparecidos.
Estamos conscientes de que el Estado, su gobierno, nos intenta utilizar como elementos de chantaje, por eso afirmamos somos sus rehenes; pero también estamos conscientes de que si nos asesinan eso en nada cambiará un hecho minimizado: la miseria y el descontento crece en amplios sectores de la población al igual que la búsqueda de los mismos de alternativas diferentes a las políticas neoliberales y al capitalismo.
Es difícil plasmar la vivencia de siete años de vida en la cárcel en pocas hojas y no pretendemos en éstas hacer un recuento de los mismos; tan sólo expresar algunas ideas y hechos que consideramos importantes en el contexto de esta fecha simbólica para nosotros y de la proximidad de nuestra posible libertad, ya que tan sólo nos faltan seis meses para compurgar esta condena.
Son muchos los planes que se piensan y muchas las emociones que se contienen.
Tan sólo seis meses… sin embargo, la perspectiva de la libertad no nos ha hecho olvidar otras luchas, cerrar los ojos a los actos de represión en contra de diferentes personas y organizaciones ni esperar pasivamente el momento de pisar la calle.
No: la lucha por la aprobación de una Ley de Amnistía Federal nos ocupa, por eso hacemos un llamado a todas las organizaciones políticas, sociales y de Derechos Humanos y a las personas sensibles y solidarias a apoyarla.
Recuerden: existen presos políticos que llevan 12 años viviendo en un penal de alta seguridad y sus condenas son de 26 años, y otros con menos años han sido condenados a más de 60 y otros más aunque están presos en sus estados compurgan penas de más de 40 años.
No se trata de si se pide o no perdón al impulsar la Ley de Amnistía; sino de utilizar todos los recursos legales y de la movilización social para lograr la libertad de todas y todos los presos políticos y de conciencia.
Si pretendemos construir otro país más justo, libre y democrático no podemos olvidar a nuestros presos ni mucho menos la importancia de la acción coordinada de todo el pueblo y sus organizaciones.
Ojalá en un corto plazo la consigna de ¡El pueblo unido, jamás será vencido! deje de ser un deseo y se convierta en una realidad concreta que nos permita en este momento evitar, como un primer paso, la privatización de PEMEX.
La represión selectiva pero constante y en todo el país avanza, el Estado se prepara para aplastar cualquier brote de inconformidad que ponga en riesgo la dominación de la clase que ostenta el poder y del gobierno y sus partidarios que lo administran.
¿Cuál será la actitud del pueblo y sus organizaciones?
¿Desgastarse en peleas estériles por pequeñas diferencias o dejar de lado éstas para construir la unidad necesaria, sobrevivir a la represión y construir otro tipo de sociedad?
Somos optimistas, creemos que el pueblo y sus organizaciones podrán representar una alternativa real al neoliberalismo y al capitalismo si buscan en la historia nacional los elementos teóricos y políticos que orientan de manera adecuada su praxis.
En la historia y en el análisis colectivo y certero de la realidad actual están las respuestas a las interrogantes que la lucha por un mundo mejor nos plantea.
Si pretendemos trascender los buenos deseos, los planes grandiosos, pero irrealizables o los pequeños que no contribuyan a la construcción de un mejor futuro debemos de estudiar y analizar la realidad con ahínco, de manera crítica y creativa.
Nos despedimos por el momento, este escrito no será, con seguridad el último que escribiremos desde la cárcel. Faltan seis meses para poder estar entre ustedes y agradecer personalmente tantos años de solidaridad, de afecto y de lucha compartida.
¡Siete años de prisión, siete años de resistencia!
¡Por la libertad de todas y todos los presos políticos y de conciencia!
¡Por la presentación con vida de todos los detenidos-desaparecidos!
¡Por el castigo a los autores materiales e intelectuales del asesinato de Digna Ochoa y Plácido!
¡Presos hoy, libres siempre!
Fraternalmente: presos de conciencia Hector y Antonio Cerezo Contreras
Xochitepec, Atlalcholoaya, Morelos. Agosto de 2008