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La izquierda regresiva

Héctor Cerezo Contreras; Penal de exterminio Puente Grande, Jalisco

Domingo 17 de noviembre de 2002, por Comité Cerezo México

Nuestra intención en este escrito se reduce a tratar de mostrar algunas de las características que a nuestro juicio se manifiestan en la izquierda de nuestros días. En esta entrega hablaremos de una de ellas, la cual hemos denominado: la izquierda regresiva.

A partir de los años 80 una gran parte de la izquierda abandonó la necesidad de luchar por un cambio revolucionario, mientras que otra parte, sin abandonar la lucha por el cambio, perdió la naturaleza de éste.

La primera dejó de ser izquierda (aunque alguna parte diga todavía que lo es) y se incorporó de lleno a las políticas y prácticas neoliberales; la segunda se sumergió, principalmente, tras la caída de la mayor parte del campo socialista en un estado de orfandad e indefinición política. Ahora bien, es justo reconocer que otra pequeña parte de la izquierda mantiene hasta nuestros días los ideales y la praxis revolucionaria.

La izquierda que fue absorbida por el neoliberalismo también se despojó rápidamente del lenguaje clasista revolucionario, para adoptar el pensamiento y el discurso neoliberal, la justificación ante tal claudicación la encontraron en la supuesta caducidad del marxismo ante la “nueva” realidad capitalista y en lo inevitable de la globalización. Para esta izquierda es imposible históricamente construir una sociedad distinta a la proyectada por los grandes países capitalistas.

Una parte de la izquierda que aún lucha por un cambio, abandonó de manera parcial el pensamiento marxista, su posición política e ideológica se convirtió en una mezcla de diferentes corrientes políticas: marxismo, liberalismo, anarquismo y troskismo; corrientes principales que nutren y componen su discurso. En algunos casos, existe un predominio de una u otra corriente, pero hay otro en que no predomina una en particular. De esta manera el eclecticismo pasó a ser parte sustancial de su referente teórico y de su práctica política, como así también el escepticismo, éste último, producto del descontento, la frustración y el pesimismo en que se sumergió gran parte de la izquierda al presenciar el derrumbe de la mayor parte del campo socialista. Muchos de los militantes de esta izquierda han defendido tal postura bajo el argumento de que solamente es un cambio de forma y no de esencia, dentro de esta izquierda se ubica la izquierda que ya hemos denominado como regresiva.

La izquierda regresiva es aquella que se limita a luchar contra el neoliberalismo y contra los “efectos negativos de la globalización capitalista”. Para esta izquierda no se trata de luchar por transformaciones revolucionarias, anticapitalistas, de no permitir la explotación de unos hombres sobre otros, mucho menos de terminar con la fuente, el origen de la desigualdad económica, política y social; de lo que se trata para esta izquierda es de luchar por democratizar el Estado capitalista y a la sociedad civil, democratizar y humanizar al capitalismo puliendo las aristas más filosas y dolorosas que lastiman a nuestros pueblos, ¡que existan menos pobres, pero que no desaparezca la fuente de la pobreza! ¡que exista menos explotación, pero que se siga permitiendo explotar! ¡que exista igualdad política, social y cultural, pero que sólo se aminore la desigualdad económica! Eso es lo que pregonan a los cuatro vientos los portavoces de esta izquierda. Su lucha en esencia no es anticapitalista, es solamente contra una manifestación actual de este sistema, es decir, luchan contra el llamado capitalismo salvaje, contra el neoliberalismo.

La izquierda regresiva es de corta visión política, no va más allá de luchar por un regreso al Estado benefactor, el cual económicamente no se aleja mucho del modelo Keynesiano. La ampliación de la democracia parlamentaria y la pluralidad partidista sin tocar las bases económicas en que se sustenta el capitalismo es su propuesta de país.

Esta izquierda regresiva que gusta nombrarse como moderna y democrática, plural e incluyente, no representa una alternativa real al capitalismo, y no lo es, porque en principio, no se ha propuesto así misma como una alternativa no capitalista, y por lo tanto, es políticamente regresiva: quiere regresar la rueda de la historia a un capitalismo de mediados del siglo XX.

Esta izquierda que solía llamarse socialista e inclusive comunista, que discutía si por medio de reformas o de revoluciones se podría cambiar al capitalismo, hoy carece de una identidad y de una propuesta de país que los diferencie sustancialmente de los demás partidos burgueses.

La mayoría de los elementos de esta izquierda que logran ocupar puestos públicos abandonan todo tipo de discurso de ruptura y se convierten en defensores a ultranza de las políticas que encabezan. De lo que se trata cuando esta izquierda regresiva es institucional, electoral, es únicamente ganar votos, no ve en los hombres sujetos sociales con capacidad de transformarse así mismos y, por consiguiente transformar el medio que les rodea, sino que los ve como números, como papeletas que hay que contar, como entes pasivos a los cuales se les puede vender, gracias a la mercadotecnia, una propuesta política determinada. Comprar conciencias, no construirlas o despertarlas es el lema de fondo, oculto, de las campañas electorales. Este fenómeno utilitarista también se repite en la izquierda que bajo el cobijo de algunas ONGs mantienen pequeños pero redituables cotos de poder.

Financiar proyectos productivos, dar capacitación técnica y asesoría legal como medio de neutralizar el descontento social y obtener con ellos un reconocimiento es uno de sus objetivos. Estos izquierdistas buscan humanizar al capitalismo sin trascender la lógica mercantilista, individualista que enajena las conciencias de los hombres.

La izquierda regresiva antepone a todo argumento favorecedor de cambios revolucionarios un supuesto realismo, apela a que en este momento histórico la izquierda tiene poco margen de maniobra y que no es posible -e inclusive es un error político- luchar contra el capitalismo. Otros más ingenuos creen que luchar contra el neoliberalismo significa luchar también contra el capitalismo y no contra una manifestación de él.

Para esta izquierda, el proletariado ya no es un sujeto revolucionario, su lugar ha sido ocupado por la llamada sociedad civil, la cual, independientemente de lo variado de su definición, se ha convertido en la panacea del cambio. El mismo concepto de sociedad civil, así como el de pluralidad, diversidad y diferencia es utilizado con el afán de opacar u ocultar las diferencias y contradicciones clasistas que sacuden al conjunto de la sociedad, lucha para que las diferencias étnicas, raciales, de género, culturales no sean motivo de opresión y discriminación, pero no lucha por el fin de las diferencias clasistas porque ello significaría el fin del capitalismo. Se convierten en conciliadores de las clases. Para esta izquierda la lucha se ubica entre el Estado autoritario, antidemocrático y la sociedad civil, y no entre los explotadores y los explotados.

El error de esta izquierda no es que luche por la democracia, los derechos humanos, el medio ambiente, los indígenas, las mujeres, las preferencias sexuales, sino que limita esta lucha a una lucha que no se propone rebasar o transformar los marcos estrechos, coartantes del capitalismo. Por ello, no es extraño que la mayoría de estas reinvindicaciones estén fácilmente integradas en el discurso de la derecha, aunque sea para aparentar un rostro democrático.

La izquierda contemporánea se encuentra en una lucha ideológica, política y programática entre los que la limitan contra el neoliberalismo y contra los efectos más drásticos de la globalización capitalista; -es decir, entre los que luchan por democratizar y humanizar al capitalismo-, y los que luchan por transformar revolucionariamente al capitalismo, tendencia que comienza a manifestarse con más claridad dentro del movimiento “globalifóbico”.

Desde “La Palma de concreto”

Héctor Cerezo Contreras, preso de conciencia.

17 de noviembre de 2002

Sus comentarios

  • El 15 de enero de 2006 a 21:58, por Prom En respuesta a: > La izquierda regresiva

    Héctor:

    Muy buen artículo, que aplica por igual a partidos que se dicen ser "de izquierda", peleándose por el hueso, dinero y poder solapado por el Estado, que a los "abajo firmantes" de siempre cuya intervención se reduce a firmar cualquier documento o iniciativa.

    Más que corazones, se necesitan manos para todo. El intelecto sólo sirve si va acompañado de acción, y viceversa. Y en el camino es en donde se indetifica a quienes hablan, y a quienes hacen. En fin, a quien le duela.

    Vientos.

    ¡Libertad para Antonio, Héctor y don Pablo!

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  • El 5 de mayo de 2008 a 11:08, por Andrés En respuesta a: La izquierda regresiva

    Yo tambien tuve pensamientos radicales o ideas revolucionarias como tu.

    Lamentablemente debo decirte que no te lleva a ningun sitio. La unica forma de salir de la ignominia y la pobreza es desear salir de ese estado, ponerse a trabajar pues. Los discursos... estan bien, pero no producen comida, ni bienes ni nada. La política es basura.

    No se porque estás en la cárcel, pero te deseo lo mejor. Ojalá salgas pronto y ayudes a este pais a ser mejor. Pero te repito: necesitamos mas gente que trabaje y menos que quieran que otro les resuelva la vida (aun armando una revolución).
    Un abrazo.

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    • El 17 de junio de 2017 a 19:19, por Israel Alanís Valera En respuesta a: La izquierda regresiva

      El peor analfabeto
      es el analfabeto político.
      No oye, no habla,
      ni participa en los acontecimientos políticos.
      No sabe que el costo de la vida,
      el precio del pan, del pescado, de la harina,
      del alquiler, de los zapatos o las medicinas
      dependen de las decisiones políticas.

      El analfabeto político
      es tan burro, que se enorgullece
      e hincha el pecho diciendo
      que odia la política.

      No sabe, el imbécil, que,
      de su ignorancia política
      nace la prostituta,
      el menor abandonado,
      y el peor de todos los bandidos,
      que es el político trapacero,
      granuja, corrupto y servil
      de las empresas nacionales
      y multinacionales.

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