El 8 de agosto de 2001 hicieron explosión tres petardos de fabricación casera en tres sucursales bancarias del Distrito Federal. Estos actos fueron reivindicados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP) mediante un comunicado a los medios de comunicación. La Procuraduría General de la República (PGR) inició una investigación en contra de quien resultara responsable por estos hechos y, de manera sorprendente, anunció cinco días después que había detenidos.
Así comenzó la pesadilla de los hermanos Alejandro, Antonio y Héctor Cerezo Contreras quienes al igual que Pablo Alvarado Flores y Sergio García Max, fueron detenidos con lujo de violencia el 13 de agosto del 2001, acusados de los hechos antes descritos. Hoy, a más de siete años de distancia –y tras la exoneración de Alejandro1 – Héctor y Antonio Cerezo están a punto de salir de la cárcel donde han vivido como presos de conciencia pues, aunque fueron absueltos de los delitos relacionados a las explosiones (daño en propiedad ajena y transformación de artificios) permanecieron en prisión. ¿La justificación de la autoridad? Terrorismo, asociación delictuosa, almacenamiento de armas, almacenamiento de cartuchos y almacenamiento de artificios.
De todo esto, nada se pudo comprobar, pero ellos siguieron presos. El 17 de agosto se interpuso un amparo para que Alejandro, Héctor y Antonio no fueran trasladados a penales de máxima seguridad pero de nada sirvió, ese mismo día fueron encerrados en el Cefereso núm. 1, penal de máxima seguridad de La Palma, en Almoloya, Estado de México. Ahí sufrieron constantes violaciones a sus derechos humanos, además de hostigamiento y presión psicológica. En octubre de ese año, en medio de una historia de irregularidades jurídicas y violaciones a sus derechos humanos, fue asesinada la abogada Digna Ochoa y Plácido, quien formaba parte del equipo de la defensa de los hermanos Cerezo y de Pablo Alvarado Flores. Para Antonio y Héctor, ella es un ejemplo de solidaridad y valentía, pero también una muestra de lo que pueden hacer algunas personas para callar a quienes luchan.
En siete años y medio, Héctor y Antonio han sido víctimas de tortura, vigilancia, amenazas de muerte y maltrato; se han dicho muchas cosas para descalificarlos ante la opinión pública pero esta es la primera vez que su testimonio ha quedado grabado en una entrevista para DFensor y, mientras ellos relatan su historia, sus palabras, sus gestos, e incluso sus bromas, revelan la marca que les ha dejado el encierro.
El principio: de universitarios a prisioneros
Cuando Héctor y Antonio fueron detenidos vivían en un cuarto rentado en Xochimilco y estudiaban la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). ¿Su vida? “Estudiar y trabajar” cuenta Héctor, quien desde años atrás encabezaba un proyecto de distribución de café producido en la sierra de Puebla. Tanto él como su hermano Antonio empacaban y vendían el café entre amistades y compañeros universitarios. Pero su historia, desde muy temprano, había estado marcada por el compromiso social: desde el inicio de su adolescencia trabajaron en proyectos de alfabetización en comunidades rurales e indígenas, fueron parte de organizaciones estudiantiles y eran conocidos por su conciencia social y participación intensa en las clases.
Quizá fue por eso que en el penal de La Palma, después de haber sido torturados, robados y humillados, de ingresar directamente al área de Conductas Especiales (de castigo) y no a la de Clasificación como debió haber sido, y de permanecer incomunicados durante 15 días, finalmente el personal directivo del penal les permitió el acceso a libros. Héctor recuerda:
Desde la entrada a los penales federales el “tratamiento”, como ellos le llaman, es sumamente vejatorio porque te sientan con las piernas abiertas, te ponen perros que te están ladrando en los oídos, todo es mediante gritos, tienes que desnudarte, hacer sentadillas desnudo, te quitan tus cosas, nunca te las regresan –ni a ti ni a tus familiares– o sea, te las roban. El traslado es corriendo, agachado, todo mediante gritos, un tramo bastante largo.
Nosotros llegamos primero a Conductas Especiales, que también es una violación al reglamento pues tendríamos que haber llegado al Centro de Observación y Clasificación, donde llegan los de nuevo ingreso. En ese tiempo se tenía que estar 15 días, que era el tiempo máximo para que te canalizaran a un módulo o un dormitorio. En nuestro caso nos llevaron a Conductas Especiales, que es el área de castigo. Ahí estuvimos 15 días. Ahí teníamos sólo media hora de patio al día y no teníamos absolutamente nada, hasta después de una semana fue el director y luego nos mandó libros, ¡como éramos universitarios!
[…] Agarramos los más gordos, por el tiempo que estaríamos ahí. Hay como dos etapas en la Palma (hoy Altiplano) de que llegamos al 2005 como que es un régimen y de 2005 a la fecha [como] que es otro régimen distinto. En el que estábamos teníamos dos horas de patio, teníamos acceso a tres libros por semana de la biblioteca, tres periódicos por semana y dos revistas. Nosotros, a través de la CNDH [Comisión Nacional de los Derechos Humanos], gestionamos para que nos permitieran material de estudio de la universidad, después como de un año logramos que dejaran pasar este material para hacer nuestros trabajos.
Antonio, quien durante la entrevista se distinguió por su postura dura, analítica y, en momentos, poco optimista apuntó:
Hay una línea muy delgada entre lo que podría ser un acto de autoridad, controlar a una persona que pudiera ser agresiva y una terapia de shock que es a lo que te someten, es un shock donde lo que se hace es intimidar y golpear [a] cualquier síntoma, ya no digamos de rebeldía, sino de dignidad. Ese es el gran problema […] que ya no es un problema de sometimiento a una persona rebelde, sino es el sometimiento de tu dignidad como ser humano, como una terapia de shock que te muestra quien tiene el control. O sea “yo tengo el control desde que te humillo, te grito y hago lo que quiero y además hago que hagas lo que yo quiero” o sea “yo te controlo y te digo cuándo hacerlo y cómo”. […] Te nulifican como persona, ese es el shock de entrar a cualquier Cefereso,2 así fue en Matamoros, en Puente Grande y lo mismo fue al volver a Almoloya, en 2006. Ese es el problema de esos recibimientos, que es un shock que te nulifica, que te controla, que te humilla y te sobaja. Esa es una violación a los derechos humanos de cualquier persona que ingrese.
Héctor recuerda que, al ser trasladado, quienes reciben al preso son “los de negro”, quienes lo patean, lo intimidan y lo amenazan para ejercer presión. Antonio agrega que, como hay cámaras de seguridad, era en la vagoneta donde los golpeaban. Ahí les preguntaban sobre su delito y ellos debían responder. Decir que eran inocentes era mucho peor. Después de eso, comenta Héctor, eran entregados a “los de azul”, que es la seguridad interna, y otra vez les hacían lo mismo, sobre todo donde no existen cámaras.
Después de su ingreso a La Palma, Héctor y Antonio fueron observados constantemente. Su correspondencia era absolutamente controlada, las cartas debían entregarse y recibirse en un sobre abierto, para ser leídas por las autoridades del penal. Esta situación continúa hasta la fecha en Atlacholoaya, donde las cartas deben ser depositadas en la dirección. Ya se les han perdido cartas. Sólo les dicen que la orden es revisarlas y luego entregarlas, pero esa sólo es una instrucción para ellos. Fue en octubre de 2006 que la vigilancia fue preocupante para Héctor y Antonio, quien relata:
Sí ha habido un seguimiento especial, el último hecho muy marcado fue en octubre del 2006 cuando nos pusieron una vigilancia especial: cada 15 minutos iban a la celda a ver cómo estábamos, en diciembre a Héctor lo dejaron encerrado, pero después nos dimos cuenta de que había un oficio que se giró a Seguridad y Custodia donde decía que nos podíamos suicidar, entonces nos tenían que vigilar constantemente, pero eso se dio sin previa atención de psicología ni de psiquiatría, no había ningún elemento real que les hiciera suponer eso.
Héctor agrega que ni siquiera el área de Psicología sabía del oficio. Eso les hizo pensar que alguien podía estar planeando atentar contra sus vidas y ese oficio sería un respaldo de lo que pudiera ocurrir. Ese hostigamiento duró casi un año, aunque desde siempre han tenido una vigilancia especial, en todos los penales que han pisado. Héctor comenta:
De por sí, desde que llegamos tenemos vigilancia especial, un seguimiento, los custodios tienen que hacer un informe diario sobre nuestras actividades […] Qué hacemos, con quién platicamos, a qué hora comemos. Todo lo tienen que registrar por escrito y reportarlo. El problema del seguimiento anterior es que primero fue cada 15 minutos, luego cada 10, eso no sólo es hacer acto de presencia oficial, eso es hostigamiento. Una vez yo estaba dormido y me despertaron para saber si estaba bien. Otros [custodios], con ganas de molestar, no dejaban que nos tapáramos la cabeza para que nos vieran cada vez que pasan. Te tapas porque hace frío… y porque te dejan la luz prendida las 24 horas, como pollito.
Etiquetas para desacreditar
Antonio y Héctor han sido etiquetados como “terroristas”, “asesores de narcotraficantes” y hasta “juniors de la revolución”. Sobre esta última Antonio aclara:
Eso salió de una supuesta entrevista en la que un grupo paramilitar o equis, durante un interrogatorio a uno de los desaparecidos, supuestamente lo menciona, ahí partamos de quién lo está diciendo, la gente que desaparece a estas personas. Se ha comprobado que el ejército participó en la detención y los llevó al campo militar núm. 1 y están involucradas las autoridades, ¿qué validez le podemos dar a un interrogatorio que en realidad es una tortura?, ¿cómo creer en algo que está sacando alguien a través de la tortura? Esa persona dijo “¡ah! eran juniors de la revolución”. Entonces dices: ¿cómo vamos a hacer caso a algo que viola todas las leyes, las convenciones internacionales?
Héctor asegura que estas etiquetas, en lo personal no les hacen daño pues saben que nada de eso es verdad:
Sabemos que no es cierto, pero entendemos que tiene una finalidad política. Decir que somos “juniors de la revolución” tiene el objetivo de desacreditarnos ante la gente. No sé de dónde sacan lo de juniors pues vivíamos en un cuarto por el que pagábamos 800 pesos al mes, pero es para desacreditarnos. Ya lo habían intentado de muchas formas, primero ligándonos al terrorismo, luego al narcotráfico y cuando esto se agotó dijeron que éramos Héctor Cerezo trabajando en el proyecto de Café Cushan con niños de la comunidad juniors.
Antonio agrega:
La gente que no nos conoce puede pensarlo, las personas que nos conocieron desde los 14 o 15 años, de la prepa, de la facultad, o de toda nuestra vida, saben que no es cierto. Nunca fuimos los jóvenes que derrochaban el dinero, como el típico junior lo hace, no teníamos los recursos, pero tampoco fue esa nuestra actitud nunca. Yo no me imagino a un junior alfabetizando en comunidades indígenas a los 15 años, preocupado por la situación social, participando en la universidad en la cuestión académica, no sería una actitud típica. Esto es una manera de desacreditar ante las personas que no nos han conocido. De alguna u otra manera tratan de demostrar que no somos lo que decimos que somos, jóvenes universitarios que defienden los derechos humanos, ellos dicen “no es cierto, eres terrorista”, “no es cierto, eres narco, eres junior”, finalmente quien lo crea tendrá sus intereses en creerlo. Si tú le quieres hacer caso a esa gente que se oculta y desaparece personas, hazle caso.
El futuro cercano: alcanzar el sueño
Por el momento ni Héctor ni Antonio han pensado en tomar acciones para exigir la reparación del daño, sólo quieren salir, lo que afirman entre bromas. Ya luego se pondrán a pensar, dicen. Pero ambos aclaran que es seguro que lo seguirán denunciando pues es algo que sigue pasando, especialmente con presos de conciencia o presos políticos, como Ignacio del Valle u otros que también llegaron al Cefereso de La Palma y que siguen teniendo un trato violatorio a sus derechos humanos. Antonio considera que es importante que la gente entienda que eso no es correcto, que no se puede cruzar la línea entre el cumplimiento del derecho y la violación del derecho en aras de combatir a la “delincuencia”, haciendo referencia a los luchadores sociales que son ingresados ahí.
Ellos continúan afirmando que son inocentes, es más ya no saben ni qué cargos tienen pues el juicio tuvo tantas irregularidades, y aunque fueron exonerados de los iniciales, luego les pusieron otros. Sobre su situación jurídica, Héctor afirma:
Nosotros estamos conscientes de que esto es una injusticia, no solamente por la violación de nuestros derechos humanos, sino por la violación de la ley, sabemos que si no logramos la libertad por la vía jurídica es porque hubo una voluntad política que así lo quiso, como estamos conscientes de eso, aunque nos consideramos inocentes, aunque somos inocentes, comprendemos que este es un tema político y que no sólo es contra nosotros, que es parte de una política represiva y por eso es nuestro deber luchar, no quedarnos callados.
Antonio, por su parte, está convencido de que caer en la lamentación constante no sólo no los ayudaría, sino que no les permitiría luchar:
Nosotros sí somos inocentes pero dentro de un contexto político y social que está en nuestro país entonces, comprender ese contexto nos ayuda a llevar de mejor manera la injusticia, porque comprendes que no es una cosa nada más tuya, no preguntas ¿por qué a mí?, ¿por qué yo? Pues porque es parte de la represión hacia el movimiento social y es parte de esta política de Estado. Por eso es que, no solamente yo, sino otras personas van a ser víctimas de estos actos ilegales por parte del Estado.
Pero en unos días –si nada más lo impide, retomando lo que Antonio decía una y otra vez durante la entrevista– Héctor y Antonio estarán libres con la intención de retomar su vida, de terminar sus estudios universitarios, aunque para ello sea necesario volver a comenzarlos y, sobre todo, de integrarse a la labor de defensa de los derechos humanos que realiza el Comité Cerezo, creado por su encarcelamiento pero que ha ampliado su labor para denunciar otros casos similares. Ellos están concientes de que el tiempo no se detuvo afuera, pero también saben que su vida en la cárcel no fue tiempo perdido. Sobre eso Antonio asegura:
Tampoco es que éste haya sido tiempo perdido, porque sí luchamos, sí hicimos; en los pocos espacios que tuvimos intentamos ser creativos y de mil formas nos manifestamos. […] Uno dentro de la cárcel cambia y crece, no puede uno creer que en siete años de prisión no has vivido y no has aprendido. Lo que perdimos perdido está, no podemos recuperarlo pero también hemos construido nuevas cosas, nuevas amistades, nuevas relaciones, conociste otras cosas y como estuvimos en la lucha de denunciar nuestra propia situación, tenemos un trabajo al que tenemos que darle continuidad […].
Yo creo que la cárcel es un verdadero reto a tu fortaleza, para sobrevivir con dignidad. En ese sentido te deja la lección de que por más adversas que sean las circunstancias, siempre tienes la elección de la dignidad. Independientemente de que te tengan sometido, aislado, incomunicado, que te humillen, tú puedes vivir esas circunstancias con dignidad como ser humano, pensando en que nada te va a quitar la condición humana ni esa dignidad intrínseca. […] Te deja esa enseñanza de que siempre tienes opción, aun en la adversidad, como estas son situaciones límite, de repente como que la vida la ves un poco menos dramática de cómo lo vería uno afuera, ahora sabemos que hay cosas mucho peores. Si en la cárcel no puedes irte a tomar, ni platicar con el amigo, y puedes sobrevivir y puedes resolver la adversidad de una manera positiva para ti, pues también lo vas a poder hacer afuera, te ayuda a valorar esa situación.
También te ayuda a aceptar que hay momentos duros en los que te puedes sentir triste, desesperado, desanimado, pero que es parte de la lucha, de ese proceso constante por mantenerte como un ser humano íntegro. Y te enseña las entrañas de un sistema porque finalmente la cárcel es un reflejo social, ahí encuentras ex funcionarios, delincuentes de toda la vida, te vas a encontrar partes de la sociedad ahí dentro, es como un micromundo, finalmente hay de todo. La cárcel te enseña que en México no hay readaptación social, realmente lo que hay son cárceles de castigo, al menos eso son los Ceferesos, son cárceles de castigo, no para readaptar.
Héctor asegura que hoy el sistema punitivo es un reflejo de la Ley del Talión, donde no hay derechos humanos pues a las personas presas no se les considera seres humanos:
Es una cárcel de castigo, es “delinquiste, te tengo que castigar, no eres nada, paga” pero de una manera tipo la Ley del Talión, “tu jodiste afuera, jódete adentro, aquí no hay derechos humanos, maldito delincuente lacra”, o sea es esa mentalidad de la venganza sobre el preso, sin entender que finalmente el preso es producto de un sistema que está generando esa descomposición social. Entonces se ensañan con la gente que ya cayó, pero sin resolver el problema social que está generando otras miles de gente que van a caer. El problema se multiplica porque quienes violan los derechos humanos son seres humanos también y este sistema está convirtiendo a más gente en violadores de derechos humanos, los enseñan a cómo gritarte, cómo sujetarte, cómo torturarte, esta es una escuela de violaciones pues encierra a un delincuente pero crea a otros, protegidos por el Estado; muchos cuando dejan el trabajo de custodio, se dedican a delinquir pues lo único que saben hacer es golpear, humillar y torturar a la gente.
Pero la libertad esperada se avecina. Estuvieron en La Palma, juntos, luego Antonio fue trasladado a Matamoros y Héctor, a Puente Grande; en 2006 juntos de nuevo en La Palma, para que a finales de 2007 finalmente Héctor fuera llevado a Atlacholoaya, a un penal que ya no es de máxima seguridad y que se encuentra mucho más cerca del Distrito Federal, su lugar de origen. Antonio llegó también, pero en marzo de 2008.
En Atlacholoaya la vida de los hermanos Cerezo ha cambiado. Se acabaron las celdas de castigo, las horas de patio aumentaron considerablemente (de dos a siete) y, aunque siguen en área de máxima seguridad dentro de esta cárcel, comparan su situación a la vivida anteriormente y se sienten mucho mejor.
Su correspondencia todavía es controlada, para acudir a los servicios de Psicología o Trabajo Social deben solicitarlo por escrito, el patio de su área es mucho más pequeño que el del área de población general, no tienen acceso a los teléfonos públicos, deben solicitar las llamadas y los números son registrados por los custodios. Hay talleres, pueden pintar y trabajar –siempre y cuando su familia les provea de materiales– pero reconocen que, a comparación de la vida en los Ceferesos, en Atlacholoaya existen más posibilidades de crear cosas, “es como un propedéutico a la libertad”, bromea Héctor.
Y entre la vida y la muerte… el humor negro
Además del hostigamiento anteriormente relatado, Antonio y Héctor sí tuvieron la sensación de que su vida era amenazada en algunos momentos durante su encierro. Coinciden en que el peligro fue una constante, dada la situación política de afuera, pero Héctor recuerda específicamente algunas amenazas de muerte:
Sí se siente el peligro, sobre todo cuando hay amenazas de muerte. […] Sí hubo, sobre todo durante el primer año, había llamadas a la casa y les decían a mis hermanos “los vamos a matar” desde ahí empiezan las amenazas, pero ahí no nos mencionaban a nosotros. En 2006 sí llegó una amenaza y ya nos mencionaban a nosotros, decían:“y también a Héctor y a Antonio que están adentro, que creen que están en un jardín de niños”.
Al decir eso surgen de nuevo, como en casi toda la charla, las carcajadas de los Cerezo al tiempo que ambos dicen: “¡Lo bueno es que esto es un jardín de niños!” Entonces es inevitable preguntar ¿el humor negro les ayuda a sobrevivir en prisión? Y Antonio responde:
El humor negro es un mecanismo de defensa. No es que a uno no le importe la vida o sea muy valiente, uno se estresay cuando ves que llegan unos encapuchados nomás dices: ¡ay hijo de la chingada! Pero también uno se pone a pensar ¿Qué elección tienes? ¿Ponerte a llorar? ¿Rogar por tu vida? Finalmente si lo van a hacer lo van a hacer. Lo único que queda es defenderme y ¿con qué lo voy a hacer? Pues con mis manos porque no tengo más, ¿qué vas a hacer? Pues resistirte para, por lo menos, morir con un poco de dignidad. Hay que enfrentar la muerte incluso con dignidad, no porque uno sea valiente, simplemente porque eres ser humano y como tal, lo que te queda es la dignidad, por lo menos no le ruegues. Son asesinos, pues por lo menos miéntales la madre, que es lo que te queda, pero sí te preocupa, sí te estresa y dices: ¡ojalá no pase! Porque quiero salir, quiero vivir mi vida, tener una familia y ser feliz; sí te preocupa pero tampoco puedes caer en esa dinámica que te desgasta, porque eso es lo que buscan, que caigas en ese estrés, en esa dinámica de paranoia, mientras no pase pues vives y disfrutas la vida, lo que puedas gozar de esa vida y es una manera también de no caer en ese juego.
Pero no sólo reírse de ese destino impuesto les da fuerza para seguir, la solidaridad de las personas y organizaciones que los han acompañado en cuerpo, mente y espíritu ha sido fundamental. Antonio afirma:
La solidaridad es un elemento de fortaleza, un aliciente, un afecto de las personas hacia nuestros hermanos, hacia nuestras circunstancias y también es un llamado a no rendirte porque dices si la gente, las organizaciones o las personas que conocen el caso, que han estado cercanas tienen el valor de expresar su solidaridad con acciones, con palabras, pues uno tiene que corresponder a ese acto de valentía con el acto de valentía de vivir en medio de estas circunstancias. […] Ese motorcito, ese aliciente, esa mano la tenemos siempre presente, aunque no la veamos y aunque hemos tenido periodos en que no hemos conocido mucho de lo que han hecho, lo tenemos presente, sabemos que existe, está presente siempre.
Y una de las instituciones más solidarias con los hermanos Cerezo ha sido la UNAM, la casa de estudios que los ha abrazado y que ha hecho que ellos, desde muy jóvenes la consideraran parte de su existencia.
Héctor recuerda que, desde que cayeron presos, muchas personas –entre ellas autoridades universitarias y consejeros que ni siquiera los conocían– los defendieron al saber de su caso y de las primeras irregularidades e injusticias cometidas. Exigían el respeto a sus derechos humanos.
En la actualidad Antonio se define todavía como un preso, no puede verse todavía como un ser libre. Se sabe preso de conciencia y se reafirma como alguien que ha estudiado, escrito y participado del mundo para no rendirse ante la vida carcelaria:
Que quede claro, luchamos desde nuestras circunstancias, con limitaciones pero nuestra arma fundamental ha sido escribir cartas, análisis, lo que pensamos sobre lo que está sucediendo afuera con todos los riesgos que eso conlleva, porque a lo mejor esa decisión de opinar sobre lo que pasa en nuestro país nos la van a cobrar caro pero tenemos que hacer uso de ese derecho de expresión, creo que precisamente en este momento en el que en nuestro país se da la militarización y el retroceso, tenemos que ser más valientes. No podemos ver que avanza la represión en contra de ciertos sectores sociales y justificarla, no podemos caer en eso, porque detrás de la represión contra los sectores más radicalizados va a seguir en contra de otros, porque esa es la dinámica de la represión. No podemos darle el beneficio de la duda a la dinámica represiva, tenemos que frenarla y para hacerlo necesitamos ser valientes y tratar de ser solidarios con todos los casos de violaciones de derechos humanos, sin importar su concepción ideológica, lo que pasó y por qué fueron reprimidos, tenemos que luchar contra la represión y la violación de los derechos humanos, como un principio, ya después que se discuta quién tiene la razón es otra cosa, pero sin represión.
Héctor en cambio se define, siempre riendo, así:
Luchador social, intento de novelista, intento de cuentista, intento de pintor, las cosas que he aprendido aquí. Estamos luchando ante las circunstancias que nos impusieron y esperamos seguir luchando toda la vida, en otras circunstancias, claro.
Y así, después de siete años y medio, la libertad parece estar muy cerca. Antonio no quiere cantar victoria, Héctor sólo sonríe y la esperanza se asoma en su mirada. La fecha establecida para la liberación de los hermanos Cerezo era el 13 de febrero de 2009 pero fue aplazada al 16, día en el que esas manos solidarias se harán presentes y les darán la bienvenida justo en las puertas del Cereso de Atlacholoaya, ahí donde empezará la libertad y la esperanza de una nueva vida para unos hermanos Cerezo también nuevos.
* Entrevista realizada el 20 de enero de 2009 en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Atlacholoaya, Morelos, por Elizabeth Palacios, colaboradora de la CDHDF.
Notas al pie de página:
.1- Alejandro Cerezo Contreras fue exonerado y liberado el 1 de marzo de 2005.
2.- Centro Federal de Readaptación Social.
Fuente original: Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal CDHDF
Blog de Elizabeth Palacios